viernes, 7 de julio de 2017

Dios de los cansados y agobiados (Mt 11,25-30)

“Te doy gracias, Padre, Señor de cielo y tierra…” La alabanza de Jesús al Padre es ya, desde su inicio, un reconocimiento de la grandeza y la omnipotencia de Dios, Señor del cielo y de la tierra, de todo. Esta acción de gracias no lo es por dicha grandeza, que ya la posee Dios a pesar del humano y que en ello nosotros no hemos participado en nada ya que nuestra pequeñez es ajena a dicha omnipotencia; precisamente por esta pequeñez, elegida por el Padre, es por la que Jesús realiza esta acción de gracias.
Un Padre que quiere a sus pequeños, que elige a los más débiles (no es tanto la edad temporal, sino la actitud humana de humildad y pequeñez).
Las cosas de Dios son escondidas a los poderosos y reveladas a la gente sencilla. No es tanto que Dios quiera esconder nada, sino más bien que la cerrazón, ceguera y ambiciones humanas nos nublan, nos impiden ver más allá de nosotros mismos, no nos dejan abrirnos al plan de Dios, al proyecto que Dios tiene destinado para sus hijos. Son los más sencillos, los que no están corruptos con las miserias humanas, los que pueden ver con claridad quién es y qué quiere Dios.
Jesús es el fiel reflejo del Padre. Él se rodea, se deja encontrar y se sienta a la mesa con los pecadores, en las praderas y montañas con la multitud venida de pueblos y aldeas muy humildes, en los caminos con los enfermos y desheredados de la tierra. Su manera de vivir y relacionarse nos está invitando a ver con claridad qué es lo que Dios quiere y a quién elige.
A esa gente, pastores (considerados impuros para el sector judío más ortodoxo) gente que tocaba y trataba la tierra con sus propias manos y sectores marginados de la sociedad, la elite los consideraba despreciables, les restringían el acceso a Dios. Las cosas de Dios no estaban destinadas para ellos y por eso estaban en un continuo estado de purificación y humillación personal. Sin embargo, es lo que Jesús más valora y por eso se sienta con ellos, sintiéndose uno de ellos.
“Sí Padre, así te ha parecido mejor”. Una vez más vemos en las palabras y acciones de Jesús la íntima unión del Padre con el Hijo y viceversa. Y será muy difícil acercarse a Dios si antes no hemos entendido el proyecto del Reino que Jesús vive, y nos invita a vivir.
“Venid a mi los cansados y agobiados…”. En este proceso de vivencia o descubrimiento del Reino de Dios en la tierra, Jesús descubre corazones cansados, gente que no puede más, humildes y pequeños que se sienten desterrados, agobiados y baldados por los pesados yugos y lastres que se ven obligados a cargar en sus vidas, y que otros se han inventado para ellos, para que la grandeza, perfección y pureza de unos brille a costa de la humillación de otros.
Él aliviará a quién se sienta cansado, incomprendido por una sociedad que inventa marginados. En tiempo de Jesús ese yugo era la carga de la ley, el cumplimiento a raja tabla de pesados lastres legislativos que, según los entendidos y sabios, venían de la voluntad de Dios, como si El quisiera que fuésemos bueyes de carga para su causa.
Hoy quizás, en la Iglesia, hay hombres y mujeres que viven una situación personal, posiblemente no elegida del todo por ellos (ya que el corazón les pide que estén ahí), o quizás sí, y a causa de dicha situación sufren pesados yugos. Hoy quizás, en la Iglesia, hay hermanos que se sienten presos del cumplimiento del antiguo precepto sin saber muy bien porqué, esclavos de la norma humana, que puede y ha de cambiar, de estructuras del pasado que estigmatizan más que sanan. Agobiados por una conciencia de pecado que ha estado ahí desde la más tierna infancia, en donde se reflexionaba más sobre la propia  conciencia y lo malo que se hacía que sobre la gracia y misericordia del Jesús  que acoge y alivia.
“Cargad con mi yugo y aprended de mi, que soy manso y humilde de corazón…” Jesús nos invita a cargar con los yugos de otros, la cruz se hace más llevadera si somos buenos Cirineos, si acompañamos y repartimos la carga, más que si condenamos o mostramos indiferencia ante el sufrimiento del otro.
Hay “yugos” y cruces que sólo puede llevar cada uno, eso es cierto, pero quizás se haga más llevadero a todos los niveles si, en vez de condena y exclusión dentro de la Iglesia, hay algo más de acompañamiento y mirada limpia y humilde.
Es tiempo de que, como comunidad, revisemos los yugos que ya no valen, los yugos inventados por no se qué razón… es tiempo de esperanza, de misericordia y de apertura a la gloria del Padre, y no del portazo a la entrada al banquete porque, recordemos que, los primeros invitados han sido los que andan por las calles sin rumbo.
 
 
 
 

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