viernes, 19 de agosto de 2016

La puerta estrecha (Lc 13, 22-30)


El número y la calidad de los salvados, la preocupación en exceso por la salvación eterna sin atender demasiado al verdadero camino para alcanzarla centrándonos en las formas, que sólo son eso… formas. Jesús sabía de esta preocupación y también de la idea que se tenía de cómo alcanzarla en su tiempo (quizás no muy distinta a nuestro concepto actual pese a los siglos pasados ya).
“Esforzaos por entrar por la puerta estrecha”. Es cierto que, respecto a la mentalidad de la época y a la nuestra incluso, Jesús despista y parece abrir demasiado el abanico de la salvación  (afirma que la salvación también es para pobres, enfermos, pecadores, publicanos, prostitutas…) dando la impresión de que nadie se quedará sin salvarse y, en consecuencia, que hagas lo que hagas la alcanzarás porque Dios es eternamente misericordioso. Pero lejos de esta idea Jesús nos invita a entrar por la puerta pequeña-estrecha. La apertura de Jesús no hay que confundirla con la permisividad absoluta. Son las obras de misericordia las que harán que Dios nos abra las puertas de la salvación y nos invite a entrar, y no las formas o normas establecidas por cualquiera de las religiones existentes.
Como he dicho en otras ocasiones Jesús no funda, ni fue su intención, ninguna religión; No es un maestro que dicte normas, sino un maestro-profeta que anuncia la Buena Nueva, absolutamente nueva, de que todos los hijos de Dios, la humanidad entera, está preparada para la salvación si vive y construye su vida desde la bondad del amor y la entrega a los otros. A Jesús le preocupa más la ética humana que la liturgia desvinculada de la vida.
“Vendrán de oriente y occidente…”. Jesús deja claro que no por conocerle a Él se tiene garantizada la salvación, porque aun es peor si conociéndole no se le sigue. Es decir, que gentes de otros lugares y religiones estarán invitados al banquete, conocerán a Dios cara a cara, porque ya lo han conocido y seguido en su vida terrena. En cambio, quizás, los que nos creemos cristianos o creemos conocer a Jesús no tenemos garantizada la salvación si realmente no hemos hecho un ejercicio de purificación y de conocimiento real, olvidándonos de nuestras normas y leyes (incluida la Iglesia con normas que alejan más que acercan e invitan al amor) y acercándonos con humildad al verdadero Cristo, que no es el Cristo que hemos querido crear sino el que es. Porque esto nos queda muy claro ya desde la Antigua Alianza: “Yo soy el que soy” (Ex 3, 14), y no el que tú quieres que sea.
“Hay últimos que serán primeros y primeros que serán últimos”. El fenómeno Jesús es mucho más universal de lo que los cristianos nos creemos. Es algo tan maravilloso, incontrolable y divinamente “desorganizado”, que se escapa de cualquier mano humana (incluida la mano de la Iglesia) que tuviera pretensiones de adueñarse de Él o patentarlo. Los cristianos deberíamos hacer más gala de nuestro de nuestro apellido, católicos, y aprender realmente lo que ello significa. La universalidad, tanto física como mental-espiritual, a la que estamos invitados por llevar ese apellido que ya desde los albores del judeo-cristianismo nos acompaña.

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