jueves, 4 de agosto de 2016

Estar vigilantes (Lc 12, 32-48)

Este pasaje está contextualizado en una comunidad primitiva (judeo-cristiana) que esperaba esa inminente venida (la segunda venida) de Jesús y vivía tal espera con temor y sin saber muy bien cómo prepararse.
“No temas, pequeño rebaño; porque vuestro Padre ha tenido a bien daros el Reino”. Jesús nos invita a no tener miedo al dejar de aferrarnos a nuestras seguridades humanas. Nos invita al abandono en Dios, a la absoluta confianza, no sólo en nuestro día a día (en las cosas más básicas para la supervivencia) sino que es una invitación a la elección de un estilo de vida que impregne todo nuestro ser y nuestro quehacer, un estilo de vida que tenga como base e inspiración el Reino de Dios. Porque hablar del Reino de Dios es hablar de Dios mismo como bien afirma B.D.Chilton: “El Reino de Dios es Dios mismo”.
No hay día que pase y que no me cuestione mi estilo de vida, mí día a día como cristiano. No hay día en el que después de leer el evangelio y levantar la vista de la escritura para observar mi entorno doméstico, no me plantee si realmente lo estoy haciendo bien o he entrado en un proceso descafeinado del que es muy difícil salir y en el que urge una solución. Nos han educado, estamos educando a nuestros pequeños, en un cristianismo de la buena obra pero sin salir de nuestra comodidad personal, en un cristianismo del dar de lo que nos sobra o al menos de lo que no necesitamos para vivir, pero la Escritura es clara: “Donde está vuestro tesoro, allí estará vuestro corazón”.
Hace dos mil años Jesús invitaba a la vigilancia con la parábola de los criados de las lámparas encendidas,  y  hoy nos sigue invitando a estar vigilantes en una Iglesia que, en no pocas ocasiones, se acomoda y relaja ante los acontecimientos de este mundo que, según interpreto yo, representan al señor de la casa. Cristianos dormidos mientras su señor está en este mundo reflejado en miles de acontecimientos que necesitan de nuestras lámparas encendidas y nuestros pies prontos y cinturas ceñidas para la acción. Cristianos que miramos impasibles las pantallas planas de nuestros hogares para quedarnos igual de planos ante tales hechos, porque son tantos los acontecimientos que requieren obrar desde el Reino, y tan rápidamente contados y visualizados en los telediarios (crónicas que parecen preanunciar el apocalipsis) que nuestra mente parece no poder asumirlos y como mecanismo de defensa se acoge a la indiferencia.
“Al que mucho se le dio, mucho se le exigirá; al que mucho se le confió, mas se le exigirá”. Pero no se trata de que los cristianos debamos o nos sintamos en la obligación de solucionar el mundo, sino de que estemos vigilantes a nuestras miradas, nuestros pequeños gestos, nuestra economía y comodidades personales, y podamos brindar aquello que tenemos sin miramientos. Porque tampoco se trata de querer alcanzar la gloria a fuerza de cantidad desmesurada de buenas obras en un puro y descontrolado “activismo para la salvación” (ya que si no volveríamos a la eterna disputa de la salvación por la gracia o por las obras) sino de saber orientar y dar sentido a nuestra vida desde la frescura y autenticidad del Reino, y poder vivir tranquilos y felices como cristianos, sin que ello nos quite la paz o nos haga sentir miedo.
Jesús no quiere que tengamos miedo, no podemos permitirnos el lujo de tener miedo en una iglesia que nació para sanar y acompañar, para consolar  y querer, para amar con locura, porque loco es el que ama el Reino y lo lleva a su vida con todas las consecuencias. Y si estamos en una Iglesia en la que permanecemos presos del miedo, estoy seguro de que dicha Iglesia no es continuadora del Jesús que supuso transgresión y ruptura con los miedos y esclavitudes que unos hombres a otros nos empeñamos en imponer.
Y tú ¿Cuánto has recibido? Y ¿Cuánto estás dispuesto a dar?



No hay comentarios:

Publicar un comentario