sábado, 16 de abril de 2016

"Conozco a mis ovejas" (Jn 10, 27-30)

En estos cuatro versículos de Juan (Jn 10, 27-30) se esconde todo un estilo vida según el proyecto de Jesús, una forma de seguimiento, un estilo nuevo de discipulado que rompe con los esquemas del binomio rabino-alumno al que estaban acostumbrados en tiempos de Jesús; Además de una enseñanza reveladora sobre el origen y destino de Jesús.
Esta Palabra no se encuentra aislada en el evangelio de Juan, sino que está enmarcada en una nueva controversia de los judíos (seguramente fariseos) con Jesús, en un marco ideal para debatir sobre el tema, el pórtico de Salomón, y en una fiesta de las más importantes para los judíos como era el día  de la dedicación del templo. Todos estos datos que contextualizan, dan  más sentido e importancia, si cabe, a las palabras de Jesús.
Jesús conocía todos los motivos del seguimiento de aquellos que le acompañaban, fuera permanentemente o de manera temporal; Conocía a aquellos que les movía el hambre, otros que buscaban respuestas a su fe, y otros que habían descubierto ya, de manera precoz, en Jesús al que tenía que venir. Jesús conocía a sus discípulos (sus ovejas en lenguaje del pastor, oficio muy común y conocido). Jesús afirma de ellos que escuchan su voz y le siguen. Son dos actitudes necesarias, escuchar y seguir, porque el seguimiento que requiere Jesús no es un seguirle cómodo, ya que hay que dejar muchas cosas a las que se está apegado, como nos pasa hoy. El seguimiento de Jesús exige saber lo que se quiere y cambiar de vida, si es necesario, para apostar por un cambio de paradigma social y religioso.
A veces pienso con temor, si los que nos llamamos seguidores de Jesús no estamos desfigurando el verdadero seguimiento que vemos reflejado en el evangelio, si no nos parecemos más a los discípulos-alumnos de las clásicas escuelas rabínicas judías en las que se quedaba todo en la teoría del aula y el cumplimiento legal, para luego volver a la comodidad de una vida llena de seguridades. Nuestra Iglesia, todos nosotros, hemos de revisar nuestro seguimiento del Jesús de las sandalias, del Jesús que pisaba el polvo del camino y se ensuciaba sus vestidos con la miseria de la gente, con los imprevistos de la incomodidad del vivir en la calle, en los campos, entre leprosos y necesitados…
No cabe duda de que Jesús tenía muy clara su misión y su identidad: “Yo y el Padre somos uno”. Murió por esta afirmación y eso muestra su coherencia de vida hasta el extremo. Un mentiroso no está dispuesto a morir por sus propias mentiras, y un loco se contradice de un momento para otro y no vive desde la coherencia. Jesús de Nazaret no era ni un mentiroso ni un loco, es el Hijo de Dios vivo, Dios mismo. El día que nos creamos esto de verdad y nos consideremos seguidores suyos, nuestra vida cambiará y nadie nos arrebatará de su lado.




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