viernes, 8 de enero de 2016

¡Expectantes! (Lc 3, 15-16.21-22)

“En aquel tiempo, el pueblo estaba en expectación y todos se preguntaban si no sería Juan el Mesías”. Es una de las actitudes más comunes del ser humano, esperar, estar expectantes, desear y por tanto imaginar… Esperaban un mesías pero no tenían pistas ni de cuando, ni de cómo tenía de llegar, por tanto eso daba lugar a que la expectación fuera acompañada de pre-concepciones e ideas muy dispares en relación a cómo, cuándo y quién podía ser. De ahí que en tiempos de Jesús, incluso antes y después, surgieran falsos mesías (unos creyéndolo de sí mismos, por tanto lunáticos, y otros simples mentirosos con afán de engañar a la gente y lucrarse). Y en medio de toda esa expectación, y habiendo aclarado las cosas Juan, llega Jesús, el Mesías que nadie habría podido imaginar, por eso la disparidad de opiniones en torno a Él y los distintos tipos de seguidores.
Cuanto más esperamos algo en la vida, más impaciente es la espera y muchas más las ideas de cómo podrá ser eso que esperamos; Nos gusta soñar en positivo, nos gusta imaginarnos las cosas de forma muy idílica porque ese sentimiento es placentero, pero a veces no es acorde a la realidad y por tanto, cuando llega lo que tanto estábamos esperando, es posible que nos decepcione. A veces esperamos muchas cosas de Dios, actitudes para con nosotros, y suponemos que Dios ha de ser de una manera determinada o ha de actuar como nosotros pensamos.
Los teólogos estamos muy acostumbrados a hablar de Dios, e incluso en ocasiones hablamos tanto de ÉL que parece que alguno de nosotros lo hemos visto, que sabemos a ciencia cierta, lo que quiere de nosotros y nuestro mundo, pero en realidad eso no es así. Nosotros también estamos expectantes como el resto de los hijos de Dios y como lo estuvo también el pueblo de Israel, y esa expectación junto con el análisis de nuestra realidad, o al menos la que nosotros vivimos, nos hace hablar de Dios de una forma muy categórica.
¿Qué esperamos o a quién esperamos en la vida? Soñamos con una ansiada felicidad, con hacer planes de futuro que nos harán felices para siempre o al menos nos ayudarán, mientras se va pasando el presente, mientras consumimos nuestras horas soñando, esperando a no se sabe qué o quién. Sin embargo Dios es el que espera que demos el paso; Dios es el que sabe que estamos preparados, y espera que nos acerquemos a Él a través de este mundo, a través de los demás, que seamos valientes en el vivir y en el hacer, que sepamos ser felices en nuestro día a día sin esperar a mañana, ya que el esperar al mañana es el haber perdido el hoy. Y con esto no estoy hablando de un simple “carpe diem”, sino de una actitud agradecida que  desea vivir en plenitud cada momento.
“Jesús también se bautizó,…bajó el Espíritu Santo…y vino una voz del cielo…”. En el Antiguo Testamento son muy comunes la hierofanías, pero en este caso es Dios mismo el que se manifiesta, una teofanía completa en el bautismo de Jesús. Es Él el que se acerca a bautizarse como Hombre, pero se manifiesta plenamente Dios Padre y Espíritu. Es aquí donde queda clara nuestra fe en la Trinidad, es aquí donde vemos cómo Dios se manifiesta en todo, en todos, siempre y para siempre. Ese es el gran misterio trinitario, la omnipresencia de Dios.
El saber que Dios te acompaña es siempre alentador y gozoso. Jesús se acercó a bautizarse con grupos de gente pecadora que necesitaban conversión, pero Él no necesitaba ni redimirse de pecados ni convertirse, sino que quiso hacerse cercano al que necesita de su ayuda y por eso Dios se hace uno de los nuestros, poniéndose a nuestro lado sin que nos demos cuenta.

No hay comentarios:

Publicar un comentario