El
relato de la transfiguración hunde su sentido más profundo en la tradición
veterotestamentaria, pero mira a un futuro de gloria que no ignora los momentos
difíciles por los que se ha de pasar antes.
“Se
les aparecieron Moisés y Elías conversando con Él”. Estamos ante una
teofanía, la manifestación del poder de Dios al estilo del Antiguo Testamento,
pero ahora, para recordarnos que el Hijo participa de la gloria del Padre, y
así queda atestiguado también por Elías y Moisés. Pasado y presente en una
manifestación que mira al futuro renovado por la resurrección que todo lo hace
nuevo y todo lo purifica.
“Señor,
¡qué bien estamos aquí! Si quieres, haré aquí tres tiendas”. Resulta
curioso que, después de una manifestación tan extraordinaria con la que nadie se
quedaría impasible, y que serviría para atestiguar de por vida lo vivido,
algunos de los discípulos que acompañaron a Jesús al Tabor, como Santiago y
Pedro, le negaron y abandonaron tiempo después en sus momentos más difíciles.
Por eso creo que no es tanto la manifestación celestial literalmente redactada
lo que vivieron (ya que es más bien un relato concebido como las teofanías o hierofanías
del Antiguo Testamento) sino que más bien vivieron un momento pleno, un momento
de esos idílicos en la vida de los que no quieres que terminen. De esos
momentos en los que estás con las personas y en el lugar adecuados y nos
gustaría que durara para siempre. Sin embargo, todo en la vida no es gloria,
hay también cruz.
“Este es mi Hijo amado…”. De nuevo,
otra vez, como en el momento del bautismo de Jesús, la voz del Padre deja clara la absoluta
relación entre Jesús y lo Alto. Ahora hay una invitación: “Escuchadle”.
Tenemos
el corazón de piedra y aunque rogamos a Dios que nos dé un corazón de carne,
muchas veces no ponemos todas nuestras fuerzas en escuchar lo que Él quiere de
nosotros. “Lo que Dios quiera…” solemos decir, pero muchas veces es lo que
nosotros queremos.
Resulta
difícil aceptar a un Dios que se ha hecho hombre en una sociedad que, muchas veces,
rechaza lo humano. Más aún cuando Jesús se ha encarnado en lo más miserable de
la humanidad y nos pide que le descubramos precisamente ahí, en lo pobre, lo
descartado, lo humillado. Todo ello porque es Dios de resurrección, de devolver
a la vida lo que estaba muerto, de sacar la luz y la bondad de aquello que
aparentemente estaba perdido.
“No deis
a conocer a nadie esta visión hasta que el Hijo del Hombre resucite de entre
los muertos”. Para resucitar a la vida eterna, hay que morir a esta
vida. Los discípulos discuten sobre el sentido de las palabras de Jesús entorno
a la resurrección porque no les entra en la cabeza que Jesús, del que han
experimentado su divinidad en ese preciso momento, tenga que morir.
Aunque
los evangelios sinópticos no nos dicen el nombre del monte de la
transfiguración, la tradición cristiana identifica dicho monte con el Tabor. Desde MiTabor, este blog,
quiero sentirme como Pedro, Santiago y Juan con Jesús. Así me siento cada vez
que reflexiono en este lugar donde mi oración se hace escritura. Pero no me
gustaría quedarme aquí, aunque estoy muy a gusto como les pasaba a los
discípulos; No debo quedarme porque ya Jesús les dijo, y siento que me dice a
mí también, que no puedo instalarme sino que he de bajar y trabajar por y con
mis hermanos.
Seamos
cristianos que, sin huir de las cruces de este mundo, viven más desde la
resurrección y desde la gloria del evangelio porque sólo así podemos ser
testigos creíbles.
No hay comentarios:
Publicar un comentario