Entenderemos
mejor este pasaje del evangelio de Juan si somos conscientes de la conversación
que mantienen, justo antes de esto, Nicodemo y Jesús. Este fariseo, Nicodemo,
le dice claramente a Jesús que sabe que ha venido de parte de Dios, y
literalmente afirma: “Pues nadie puede
hacer esos milagros que tú haces si Dios no está con él”. Sin ser
consciente, está identificando a Jesús con el Padre, está reconociendo el
misterio profundo de la Trinidad.
Jesús
le asegura a Nicodemo que es necesario nacer de lo Alto, nacer de nuevo,
renovarse, porque si esto no se hace no es posible ver el reino de Dios. Si no
hay una profunda y verdadera conversión de corazón, si se sigue con los
esquemas, creencias, prácticas y conceptos pasados, no es posible ni aceptar,
ni descubrir, ni participar del reino. Y se lo dice precisamente a un principal
de entre los fariseos. Evidentemente todos, incluidos los fariseos, veían los
signos y palabras de Jesús y, en el fondo, lo admiraban aunque las formas no
fueran las esperadas. Por eso Jesús les pide, antes de nada, conversión de
corazón, que nazcan de nuevo. Es necesario un nuevo nacimiento espiritual para
dejar nuestras ideas, y así hacer sitio en nosotros a Dios y la novedad que,
cada día, nos ofrece.
“Tanto
amó Dios al mundo que entregó a su Hijo único”. Ciertamente, el
misterio de la Trinidad es eso, un misterio, y como tal queda sólo en el “conocimiento”
de Dios, pero lo que si podemos entender, o más bien experimentar, de dicho
misterio es que Dios trinitario significa Dios del Amor. Un Dios que no hace
nada más que entregarnos, regalarnos vida, nos regala como Padre la creación,
nos entrega a su Hijo y sigue entregándonos su presencia en el Espíritu Santo, haciendo
que podamos descubrir a Dios en cada acontecimiento de la historia. El
cristiano que entiende esto, ya está experimentando a un Dios trinitario.
“El que cree en Él no será condenado, el que
no cree ya se ha condenado”. El hombre, los hombres nos condenamos
muchas veces con nuestras actitudes,
pero también con nuestras omisiones. Por eso, el que conociendo la Verdad y la
Luz no se deja guiar por ellas, se está condenado a vivir en la mediocridad de
guiarse y rodearse de cosas y personas que no llenan en plenitud, ni pueden
ofrecer nada más allá de lo humano.
El
que conociendo la Verdad reniega de ella sabe que su vida no será plena porque
ya ha conocido la Verdad, porque estará escapando siempre sabiendo que puede
estar mejor pero que, por comodidades menores o egoísmos completamente terrenos,
está viviendo en la penumbra que crea la
Luz. Está viviendo a la sombra de la Verdad que ya conoce.
Conocemos
a Jesús y el proyecto del reino, y si actuamos en contra de él estamos
anteponiendo nuestros planes a Dios.
Dios
no quiere el mal del mundo, no ha venido para condenar sino para dar Vida, para
salvar. Por eso Dios envía a su propio
Hijo entre nosotros, entre TOD@S nosotros, en mitad del mundo. Para que por Él
y solo por Él encontremos la salvación. La iglesia es un medio para la
salvación, pero el único necesario e imprescindible es Jesús de Nazaret; Su
Amor, reflejo del Padre, es el camino
necesario para vivir en la plenitud de la verdad.
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