Nos
presentamos ante uno de los pasajes del evangelio más complejos, o al menos desconcertantes,
pero no debemos quedarnos en la simple lectura sin ahondar en su sentido más
profundo. Parece que Jesús hace uso de la humanidad más egoísta e incluso
exclusivista, haciendo peticiones aparentemente inhumanas.
En
esta ocasión Jesús nos habla de la familia y nos muestra el amplio y “peculiar”
concepto que tiene Él de dicha institución. Ante todo Jesús respeta a la
familia y exhorta a los hijos a amar a sus progenitores y no abandonarlos pero
también es cierto que para Jesús no todo es justificable, ni todo vale en la familia
aunque los lazos sean de consanguinidad, todo lo contrario, para Jesús la
familia tiene un sentido más amplio y rico, sin menosprecio de la familia
sanguínea.
“En
aquel tiempo, dijo Jesús…El que quiere a su padre o a su madre más que a mí, no
es digno de mí…”. Jesús vive y habla en un contexto cultural en el que
el patriarcado era vivido, en la mayoría de las ocasiones, de manera abusiva y
represiva. El padre de familia lo era si demostraba que controlaba tanto a su
mujer como a cada uno de sus hijos e hijas, y la justificación de todo esto la
encontraban incluso en la Escritura. Cuando Jesús habla y sentencia lo que
vemos en este pasaje, de alguna manera está descargando de responsabilidad a
aquellos que, ante todo, entienden que el primer y último artífice de la vida
no es el patriarca humano sino Dios.
Cuando
se ponen todas las fuerzas y metas de la vida en las cosas de este mundo,
llegando a endiosarlas y sublimarlas, se está perdiendo la humildad y la
grandeza de educar a los hijos en el amor universal que nos enseña Jesús. Para Jesús
no es justificable la defensa de la familia si en ella no hay nada más que
intereses y aislamientos, podríamos decir incluso “mafia sanguínea” y
exclusivismo interesado. Para Jesús no sirve la familia como parapeto cuando
los hijos no son educados en la solidaridad y la libertad que ofrece la fe o,
más universal aún, los valores del Reino.
No
puede ser más actual este evangelio. Cuando en las familias, no sólo no se da
la posibilidad a los hijos de conocer o tener la experiencia de Dios sino que
además los mismos progenitores son un antitestimonio, es decir, no educan en
los valores universales que ofrece Jesús y se centran exclusivamente en educar
a pequeños para que simplemente sean competitivos, “preparándolos” para la vida
que les va a tocar en la que tienen que sobrevivir por encima de los demás y en
la que si no son los mejores en todo no serán nadie, no se está construyendo
familias sino factorías de competitividad. Por eso Jesús nos ofrece un modelo
de familia mucho más amplio que aquel modelo que se limita a compartir el ADN,
para Jesús la familia es aquella que acoge las diferencias y ama por encima de
todo, aquella que tiene como Padre al creador de todo y todos.
Puede
que suene rotundo e incluso radical, teniendo en cuenta que el seguimiento de
Jesús ha de ser radical en positivo, pero en el fondo Jesús nos está invitando
a no poner nuestros intereses y horizontes de la vida en lo meramente humano,
en estructuras y personas. Nos invita a transcender y entender que las estructuras e
instituciones humanas, por naturales que sean, deben estar al servicio del amor
universal, del Reino que Dios quiere y que comienza en la tierra.