Es evidente
que, una vez más, nos encontramos ante una redacción que nace ya en la
comunidad eclesial que tiene asumida su fe en Jesús y la transmite a través de
este evangelio, por eso no hemos de fijarnos tanto en la historicidad total de
dicho relato sino en lo que de verdad quiere transmitirnos a los cristianos dos
mil años después.
“Encontraréis
una borrica atada con su pollino, desatadlo y traédmelos”. Lo que sí es
determinante es la actitud de Jesús al preparar su entrada en la ciudad, Jesús
no quiere crear más expectativas, o al menos alimentar aquellas que esperaban a
alguien poderoso en lo económico y político, ni quiere que lo confundan. Por
eso, prepara su entrada a la ciudad (ciudad que le va a recibir pero también a
despedir) de la misma manera como había vivido, de forma humilde. Jesús entra a
la ciudad de los sacerdotes, profetas y reyes en una cabalgadura sencilla pero
esto tiene más resonancias para los judíos de su tiempo de las que parece,
puesto que ya el profeta Zacarías (Zac 9,9) había profetizado dicho episodio y
esto, aunque muchos no lo entendieran en el momento, era la señal de la
continuidad y también renovación de la Antigua Alianza.
Del
mismo modo, nosotros los cristianos, dos mil años después hemos de ser
continuadores y garantes del mensaje de Jesús, por eso cada día me cuestiono
más si estamos haciéndolo. Me pregunto si viniera hoy Jesús no nos encontraría lejos
de aquella actitud humilde que quiso vivir Él. En ocasiones creo que
encontraría en la Iglesia más aquella escena que encontró en el templo, en el
que los vendedores y cambistas campaban a sus anchas consentidos por los
sacerdotes y sanedrines, y no aquel ambiente humilde de su entrada en la ciudad
santa. Con esto no sólo me refiero a lo
grandioso de nuestros templos y catedrales, que por otra parte creo que
es un fruto hermoso de la tradición y la fe de muchos siglos sino más bien a la
actitud en los corazones de las personas, de los cristianos. En la Iglesia nos
entorpece el orgullo, el querer
aparentar y estar por encima de… como si los puestos o rangos fueran necesarios
para llegar a Dios. En la Iglesia entorpece el fasto de los que aún se resisten
a dejar las limusinas para subirse a un coche convencional.
“Es
Jesús, el profeta de Nazaret de Galilea”. Es curioso como en la entrada
de Jesús en Jerusalén lo aclaman como el profeta
de Nazaret de Galilea, cuando en la misma Escritura se dice que de esa
región no puede salir nada bueno. Es por tanto esta aclamación, el fruto de la
fe de la comunidad inicial de los creyentes en Jesús que quieren borrar estos
prejuicios en la tradición judía. Nosotros hemos nacido en una generación que
no conoce este prejuicio pero hemos de rescatar esta aclamación con más fuerza
aún en nuestras vidas, porque reconocer a Jesús como el Hijo de David y el que viene
en nombre del Señor, significa poner a Dios en el medio de nuestra vida,
ser testigos de su Verdad, asumir nuestras cruces con humildad y ayudar a
llevarlas a otros.
Dejemos
que entre Jesús en nuestra vida como lo hizo en la ciudad santa de Jerusalén. Que
nuestras ramas y mantos sean la humildad y la fe para anunciarlo con
determinación.
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