Estas
dos parábolas que nos regala hoy la Palabra son fruto de la reacción que tuvo
Jesús ante las críticas de letrados y fariseos, fueron la respuesta a las
murmuraciones que le acusaban de hablar y dirigirse a pecadores y publicanos.
Las
parábolas son la mejor forma de discurso y enseñanza que tenía Jesús, la mejor
forma de acercarse a su pueblo y ser entendido perfectamente. Los símiles o
ejemplos que contienen las parábolas están arraigados en la tradición y cultura
propia del pueblo de Jesús. Por un lado el oficio del pastor, que no era muy
bien visto ya que tenían fama de ladrones-pecadores, poniendo este ejemplo
Jesús rompe una lanza a favor de un oficio y personas que, aunque fuera mal
considerado, era necesario para la supervivencia del pueblo; Por otro lado, la reacción de una mujer
(también con un papel muy inferior respecto al hombre en dicha sociedad) que
pierde una moneda, un dracma seguramente equivalía al salario diario de
cualquier jornalero, pero aquí dicha
moneda formaría parte de un ornamento muy querido que llevaba esa mujer y de ahí
la insistencia en su búsqueda no tanto por su valor económico sino sentimental.
Con ambas parábolas ya está, desde el
principio, provocando y marcando la diferencia de su enseñanza.
Jesús
nos muestra de nuevo, a través de estas parábolas, lo original de este Dios
Padre misericordioso en el que cree. No deja de lado a ni uno solo de sus hijos
aunque seamos muchos. Mima con cuidado y ternura a cada una de sus creaturas,
se preocupa cuando se pierden y sale a buscarlos. Dios no se muestra impasible,
todo lo contrario, se pone en camino, reacciona cuando algo no va bien. Dios se
preocupa de aquellos que se encuentran en momentos difíciles, que están
perdidos o pasando una mala racha.
El
ejemplo que nos da Dios con su actitud de buen pastor es el que nosotros
debemos trasladar a la Iglesia. A veces es difícil ser buenos pastores porque
incluso estos son los que están más perdidos y desorientados, y si un pastor
está así ¿cómo va a guiar a las ovejas? Pero no es reprochable porque el pastor
de la Iglesia también es hijo de Dios y necesita de sus cuidados.
Debemos
aprender de la alegría de esa mujer que, al encontrar la moneda perdida,
comparte dicho gozo con todos sus vecinos. Debemos aprender en la Iglesia que
tenemos que vivir más de la alegría de los encuentros y conversiones, y no
tanto de los escándalos y errores. A veces da la impresión que a ciertas
personas (no echemos balones fuera porque me refiero a los mismos cristianos)
les alegra el escándalo y la falta de
ejemplo y testimonio que surge en la Iglesia en ocasiones, teniéndolo como
excusa para su propia justificación. Es sabido que la iglesia es humana y como
tal erra y errará, pero también es sabido que Dios nos enseña a compartir la
alegría y lo bueno. Precisamente Dios sale al encuentro del pecador y extraviado,
y no lo deja a su suerte ni lo condena.
Aprendamos
de las parábolas de Jesús, y hablemos en la Iglesia del Dios Padre del que
Jesús hablaba y no de otro inventado por nosotros.
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