Cuando
nos enfrentamos a un texto como este, parece que el seguimiento real de Cristo
se presenta como una tarea imposible. Las renuncias a las que invita el mismo
Jesús parecen, a veces, incluso inhumanas y dan poco margen, por no decir
ninguno, para la compatibilidad entre la vida humana y la elección del Reino.
Pero una vez que profundizamos y que nos ponemos en contexto, podemos
comprender que el mismo Jesús tenía que dejar muy clara la intención de su
misión y la de aquellos que le quisieran seguir de verdad, no solo porque se
corría el riesgo de confundirlo con otros profetas, incluso falsos mesías que
deambulaban por allí y que propagaban estilos de vida de los que ni ellos mismos
se podían responsabilizar sino porque la misión de Jesús, la vivencia del Reino
y su elección, eran de verdad una novedad en la que no cabían paños calientes
ni medias tintas.
“Si
alguno se viene conmigo y no pospone a su padre y a su madre… no puede ser
discípulo mío”. Ciertamente somos quienes somos y venimos de dónde
venimos, tenemos una familia y unos lazos afectivos a los que nadie puede
obligarnos a renunciar, y en realidad no tenemos porque hacerlo, pero aunque
Jesús no quiere que renunciemos a nuestros orígenes (el nunca renunció de su
madre) si nos invita a pensar lo difícil y sacrificado que resulta el no poder
estar con ellos todo lo que quisiéramos y dedicarles todo el tiempo que nos
gustaría.
Jesús
quería aclarar que si a los que comenzaron a seguirle les dolía el no poder
estar con los suyos, es que no estaban hechos para el seguimiento radical y quizás
tenían que pensar en otro tipo de vida, licito también pero distinto del
seguimiento físico y radical de Cristo. Se trataba de un nuevo concepto de
familia. Es importante entender que pertenecemos ahora a una familia universal
que va más allá de los lazos de sangre y que hemos de trabajar con y por ellos
al mismo nivel, o incluso mayor, que si fuera nuestra familia de origen. Si
Dios es nuestro Padre eso hace que todos nos convirtamos en hermanos. Esto fue
una gran novedad en el tiempo de Jesús, no solo a nivel teórico y teológico
sino que al llevarlo a la práctica conllevaba un cambio en el modo de vivir.
“¿Quién de vosotros, si quiere construir una
torre, no se sienta primero a calcular los gastos…?”. Jesús nos invita
a la prudencia y al meditar antes de decidir una empresa que nos llevará toda
la vida y supondrá cambios. Porque la elección del Reino, el ser cristiano, no
ha de ser fruto de una decisión apasionadamente adolescente ni apresurada,
aunque también tenga una parte pasional y de corazón, sino que ha de ser una
elección responsable.
Llevamos
años en la Iglesia quejándonos de que nuestros adolescentes cuando se confirman
abandonan la comunidad. Llevamos mucho tiempo haciendo cambios a este respecto
y dando tumbos en relación a la continuidad de los jóvenes. Ponemos parches
pero no nos damos cuenta de que lo que nos falta es claridad. Tenemos miedo a
ser claros por si con ello incitamos a
la huída de nuestros chicos (y lo que más agradecen nuestros adolescentes es,
precisamente, alguien que les hable claro, que les ofrezca caminos estables y
despejados por los que ellos quieran andar sabiendo lo que hay). Jesús nos
invita a ser abiertos, acogedores y caritativos, pero también a actuar con
claridad y no maquillar las cosas queriendo hacer ver que ser cristiano es muy
“bonito” y que aporta mucho a la vida de alguien si lo elige; Y ese no es el
lenguaje, ya que nuestros chicos cuando se confirmen tienen que saber que han
elegido una forma de ser en el mundo, un nuevo estilo de vida que conlleva
sacrificios pero también muchos dones y alegrías.
Si
nuestros adolescentes no tienen experiencia de Reino antes de confirmarse, sólo
confirmarán sus catequesis teóricas, sus convivencias y buen rollo entre los
suyos y las oraciones que los catequistas les han adaptado y que ellos han
vivido con pasión pero que no dejan de ser una burbuja de bienestar espiritual.
Todo esto no está mal, pero no habrán confirmado la entrega al otro, el dejar
su tiempo de fin de semana para trabajar por el mundo, el perdonar de corazón
cuando tengan conflictos familiares o sociales…
Jesús,
con mucho amor pero también con determinación, avisa en este discurso a los que
le seguían de manera teórica y física pero no habían calculado lo sacrificado
del seguimiento real. Y a quiénes,
calculando los riesgos, decidieron seguirle les ofreció experiencias que nunca
olvidarían, un estilo de vida que jamás habían experimentado, ya que era mucho
más lo que recibían que lo que dejaban atrás.
Quizás
esta es una tarea que tiene pendiente la Iglesia hoy, el animar un poco más a
los que han decidido seguir a Jesús y llevan años haciéndolo, y seguir ofreciendo lo que Él ofrecía a los
que estaban a su lado (quizás la iglesia se ha centrado más en condenar las
actitudes de los suyos, olvidando el amor fraterno). Me siento Iglesia,
sabiendo que aún no he renunciado del todo a las cosas que nos atan a este
mundo, siento que Jesús me acompaña y me cuida y por eso mi camino se hace más
fácil. No os desaniméis los que, llevando años, no veis del todo el horizonte
en nuestra Iglesia humana, porque el camino es largo y sacrificado pero nuestra
recompensa es Cristo, que mima cada uno de nuestros pasos aunque no nos demos
cuenta.