La
ascensión es el término de la actividad humana de Jesús entre nosotros. No se
trata de una despedida, sino de la entrega de su Espíritu y del envío a la
misión para la que nos ha preparado. Dios sigue entre nosotros porque siempre
ha estado y estará. No se va a ningún sitio porque está en todas partes. La
palabra ascensión es una imagen con la que los humanos pretendemos describir o
hacernos a la idea del inicio de un tiempo nuevo, el del Espíritu.
Jesús
sabe que dicha misión no es tarea fácil y que se necesita de la fuerza de lo
alto, por eso nos invita, invita a sus discípulos, a que no comencemos dicha
misión sin la fuerza y la presencia del Espíritu Santo.
Sólo
cuando notamos la presencia del Espíritu de Dios en nuestra vida podemos ser
testigos y podemos hacer presente a Cristo en el mundo que nos rodea. Son
muchas las dificultades con las que nos encontramos para ofrecer un mundo de
Dios; Muchas las estructuras, personas, conceptos y formas de vida e incluso
barreras internas y personales que nos dificultan o impiden ser de Jesús. Que
nos impiden ver a Dios donde realmente está, en los demás, en nosotros mismos.
El “ascenso”
de Jesús a los cielos, su partida física-humana
de entre nosotros, es el pistoletazo de salida para la vida adulta de
los cristianos. Ya no podemos estar dependiendo de su presencia física, de su
protección más humana, sino que, conscientes de la presencia espiritual y de
sus enseñanzas, debemos andar seguros como Iglesia en este mundo tomando las
riendas de esa misión.
La
Iglesia ha de ser adulta y eso conlleva el no tener miedo a la renovación y la
creatividad, al adaptarse a los tiempos siendo, por otra parte, fieles a Jesús
y los ideales del evangelio.
No hay comentarios:
Publicar un comentario