“Jesús
se puso a hablar a la gente del Reino de Dios, y curó a los que lo necesitaban”.
El ser de Jesús va acompañado de palabra y obra. Este fragmento de la Palabra
empieza dándonos una buena lección a los cristianos que, quizás a veces,
teorizamos más de la cuenta (vayan incluidas estas letras) y nos olvidamos de
que El Reino de Dios no ha de ser otra cosa que una realidad encarnada. Jesús
hablaba sobre el significado del Reino, porque la palabra y la escucha son muy
importantes para los humanos, pero también lo hacía realidad curando y
atendiendo a los que lo necesitaban.
Hoy
en día, y no solo por hacernos creíbles de puertas hacia fuera sino por vivir
en coherencia con el Reino, no nos podemos permitir el lujo los que nos decimos
discípulos y seguidores de Cristo, de estar dormidos ante la realidad de
nuestro mundo; Y nuestro testimonio verbal (que no es poco en este tiempo en el
que el ser cristiano parece ser el pertenecer a una raza en proceso de
extinción) ha de ir acompañado del gesto.
“Despide
a la gente…”; “Dadles vosotros de comer”. Para Jesús no hay horarios de
despacho, es igual que caiga la tarde o que llegue el amanecer; La persona está
por encima de cualquier circunstancia o cosa. Los discípulos actúan, sin
malicia alguna, con la más pura normalidad y “lógica” humana recomendando a Jesús que despida a la gente
cuando ven que cae la tarde y que se hace de noche. Utilizan la razón al
comprender que, con la poca comida que tienen ellos no pueden atender a tanta
gente. Sin embargo Jesús rompe de nuevo
sus esquemas, y ante el “despide” de los discípulos, Él les insiste con un
“Dadles vosotros”, frente a la lógica de la razón y las cantidades materiales,
Jesús utiliza la lógica del corazón y el compartir, la lógica del Reino de
Dios.
No
han sido pocas las veces que, leyendo una y otra vez este pasaje de la llamada
“multiplicación de los panes y los peces”, no he podido parar de imaginar cómo
sería la escena que tan idílicamente interpretada a llegado a nosotros. No he
podido parar de imaginar las caras de asombro de los discípulos ante tal
petición de Jesús, y las de la gente al ver que comieron todos. Aún cuando ya
se supone que escribo como teólogo e intentando quitar todo idealismo piadoso
al relato, no dejo de sorprenderme ante la actuación de Jesús, ante lo
transgresor de su mensaje y sus consecuencias.
Jesús
actúa de forma muy natural ante el egoísmo inocente de los humanos, que por no
querer ir más allá de lo razonable nos quedamos en la injusticia del que omite.
“Comieron
todos y se saciaron, y cogieron las sobras: doce cestos”. Estamos
hartos de oír que si repartiéramos bien las riquezas de la tierra, tendríamos
para todos y aún sobraría. Esta lección de Jesús no es algo local, algo puntual
que quedó allí en aquella tarde, sino que tiene una proyección universal (para
todo tiempo y lugar); Jesús era consciente de ello, y estoy seguro que su
intención era que la enseñanza transcendiera.
La
fiesta del Cuerpo de Cristo, Corpus Christi, no es sino la entrega de un amor
universal que se reparte como alimento, tanto físico como espiritual. Le pido a
Dios que nos haga revivir cada día esa caída de la tarde en nuestro interior,
ese momento en el que cada uno se desprendió de lo que tenía sin saber lo que
iba a recibir a cambio, para quedar sorprendidos después al verse saciados y
aún así observar que sobraba.