La necesidad, las necesidades
humanas, hace que en muchas ocasiones nos movamos por interés entre unos y
otros. Ahora me conviene esta persona o esta situación, y ahora no me conviene
y me alejo sin escrúpulos. Es muy fácil, por tanto, caer en el utilitarismo
personal, el trato de la persona por el interés que crea la necesidad y el
egoísmo.
“Os lo aseguro: me buscáis no
porque habéis visto signos, sino porque comisteis pan hasta saciaros”. Jesús
tampoco se escapó, actualmente tampoco, de la búsqueda de este trato. Se
acercaron muchos porque veían saciadas, al punto, sus necesidades más básicas.
Hoy también en la Iglesia, hay personas que “utilizan” a Dios, tratan a Dios
como si fuese un mero gurú, un mago eficaz, un solucionador de problemas, que con
su bavarita mágica arregla enfermedades, problemas familiares o sociales, hambrunas
y todo tipo de problemas, mientras, quizás, nosotros esperamos con los brazos
cruzados. Sin embargo, el interés que
debe movernos Jesús, Dios encarnado, es otro, es aquel que perdura dando vida
eterna.
“Ellos le preguntaron: ¿Cómo
podremos ocuparnos en los trabajos que Dios quiere?”. No dudo de la
buena voluntad de los seres humanos que
se acercan a Dios con los mejores deseos e intenciones, pero que por no saber
cómo actuar o quizás por no saber quién es Dios, por no conocerle,
inmediatamente se desvían y se acogen a un espejismo de dios como es el que
satisface de inmediato las necesidades y problemas humanos. Es duro creer en un
Dios que parece que está sordo, que no soluciona nuestros problemas, que ofrece
soluciones a la larga cuando nuestras necesidades no son, ni siquiera, a medio
plazo sino que necesitan solución inmediata. Es difícil creer en alguien que no
es un maná inmediato; Pero lo que nos deja claro Jesús es que el maná ya nos ha
venido, solo tenemos que creerlo y ponernos a repartirlo. El maná ya lo
tenemos, es Él, y nos ha dado la solución, sólo hay que ponerse a trabajar el
reino; Como bien dice un refrán “A Dios rogando y con el mazo dando”.
“Os aseguro que no fue Moisés quién
os dio pan del cielo, sino que es mi Padre…”. No hemos de confundir a
las personas que supieron escuchar, no sin esfuerzos, a Dios (Moisés, los
santos, personas con autoridad dentro de la Iglesia) con el mismo Dios. Porque
no son estas personas las que envían el maná, sino sólo intermediarias. Que
nadie se crea en la autoridad del que reparte de lo suyo, porque todo lo que
tiene viene de Dios. En la Iglesia ha habido, y aún hay, quien se cree poseedor
de bienes absolutos, y más peligroso aún, en posesión y autoridad de la única
verdad. Y hoy quizás es tan necesario como antes, recordar quién es el
verdadero pan del cielo, el único que conoce y es la Verdad, el único que da o
espera para dar (nunca quita)a quién aún no está preparado. Porque estamos
sedientos de Verdad, como lo estaba San Agustín y muchos otros; “Señor,
danos siempre de ese pan”, a lo que Él responde: “Yo soy el pan de vida”.
La eucaristía es el momento y el
lugar del encuentro real, la mejor y mayor herencia que Jesús nos dejó. Una
herencia que no hemos de desaprovechar ni mucho menos monopolizar o gestionar a
nuestro antojo o según nuestros criterios. Nadie es quién para negar el acceso
a Cristo vivo, ni siquiera sus vicarios en la tierra, y si lo hacen que sea
siempre por misericordia y con el afán de quién sólo quiere ayudar, no por la
mera negación. Porque la eucaristía es el banquete de la vida al que todos estamos
invitados y nadie, absolutamente nadie, va tan limpio al banquete como para
negar la entrada a otros. En el momento
en el que la eucaristía se convierta en una fiesta vip, una fiesta exclusiva,
será otra cosa (me preocupa y evito ponerle nombre) pero no eucaristía.
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