sábado, 9 de junio de 2018

Mi madre y mis hermanos (Mc 3, 20-35)

La Palabra de hoy está llena de sorprendentes enseñanzas, buenas nuevas, nuevas buenas noticias…
Por un lado Jesús nos muestra ciertas relaciones ásperas con su familia, con los que estaban más cerca de Él a nivel consanguíneo, parece ser que su propia familia lo tenía por trastornado, poco cabal o fuera de sí… ya que estaba en boca de los que se dedicaban a ordenar la religión del momento (fariseos y escribas). Jesús nos muestra aquí que, en ocasiones, son más fuertes y unen más los lazos de la amistad que los de la misma sangre; que los lazos familiares no los eliges y debes asumirlos, pero que la amistad o la unión por la fe y valores son elegidos y unen de manera mucho más potente. La familia no lo critica, solo quieren alejarlo de los líos y por eso van en su busca, están preocupados por lo que pueda pasarle, está en boca de la gente y eso no es bueno para una familia de ámbito rural que es conocida por todos.
“El que blasfeme contra el Espíritu Santo…”. Por otro lado Jesús deja claro que Dios perdona y siempre está para lo que se le necesita pero que la blasfemia y el ataque contra el Espíritu, es decir contra Él mismo, no ha de tolerarse. Al mismo Espíritu de Dios lo acusan de estar poseído por otro espíritu maligno, esa acusación es rechazada por el mismo Jesús con una parábola/explicación muy sencilla que todos pudieron entender ¿Cómo es posible que el maligno haga cosas tan buenas? ¿No estaría echando piedras contra su propio tejado? Jesús habla por sus obras y rechaza aquellos que quieren confundir a los humildes.
“Estos son mi madre y mis hermanos”. Dios en Jesús establece unos nuevos lazos de consanguinidad; ahora seremos hermanos porque nos hemos elegido y no nos une la sangre sino algo más grande, la fe en Dios.
A Jesús no le duelen las acusaciones contra Él sino el que quieran apartarle de los que le han elegido, los pobres y necesitados de Dios, que se acercan porque han descubierto a Dios en medio de una sociedad de rechazo.
Hemos de cuidarnos cristianos, hemos de volver a repensar y creer en lo que nuestro bautismo nos ha otorgado, en lo que el Espíritu nos transmitió en la pila bautismal; no es otra cosa que el creer y practicar de verdad que todos somos hermanos y que nuestro Padre es Dios, así de claro y sencillo; y cuanto más claro y sencillo el mensaje, más difícil es la práctica en nuestras vidas llenas de intereses y elitismos sociales y religiosos.
El Espíritu nos sigue invitando hoy a considerar a todos nuestros hermanos. “La vida no se juega en la opinión de los otros, ni en la actitud que mantienen hacia nosotros, sino en la certeza de lo que somos”.

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