sábado, 14 de abril de 2018

Soy Yo, no temáis (Jn 6, 16-21)

“Los discípulos de Jesús…, al oscurecer,…bajaron al lago…Era ya noche cerrada”. Bajar al lago para pescar, porque los discípulos eran pescadores, es decir vivir, comenzar con la faena, estar en la vida que te toca, en tus afanes del día a día…Era de noche, noche cerrada; en la vida tenemos noches oscuras, porque no todas las noches son iguales, porque hay días que uno no tiene ganas ni de verse, ni de ver/vivir con otros, en esos días que son noche oscura no tenemos presente ni siquiera a Dios, porque nos hemos centrado en el ego más solitario que se enraíza en nuestro profundo ser. Es ahí donde reside precisamente Dios, pero nosotros no lo vemos.
“Soplaba un viento fuerte y el lago se iba encrespando”. Tenemos a Dios delante de nosotros pero nuestros miedos y cerrazones no quieren/pueden verlo, e  incluso lo confundimos con otras cosas y tenemos miedo de Él. Las tempestades de la vida, lo encrespado de esta, como cuando el lago se embraveció, nos nubla y buscamos consuelo y ayuda en cosas/personas a las que, aun sabiendo que no podrán saciarnos ni consolar nuestro deseo de plenitud, nos aferramos a ellas como si fueran nuestra tabla de salvación, para luego quedar aún más vacíos.
“Habían remado seis kilómetros, vieron a Jesús acercarse a la barca caminando sobre el lago, y se asustaron”. Habían navegado mucho sin Jesús en la barca. A veces caminamos mucho tiempo en la vida sin tener presente a Dios, confiando en nuestras solas fuerzas, cargando nuestras pilas vitales con nuestra soberbia y autosuficiencia, pero en realidad todo eso es sólo lo que creemos, un espejismo, porque la verdad es que no lo hacemos solos sino con esa parte divina que tenemos, en la medida que participamos del Ser de Dios, al ser sus criaturas, sus hijos; ya que somos, simplemente,  porque somos en Él.
“Pero Él les dijo: Soy yo, no temáis”. Y cuando más solos nos sentimos, cuando pensamos que pereceremos por lo difícil de las situaciones de la vida, descubrimos que es Él quien ha estado siempre con nosotros, que no era nuestra fortaleza sin más la que nos sacaba de las situaciones complicadas, que no éramos solo nosotros los que controlábamos todo sino que desde dentro, en lo profundo de nuestro ser/conciencia está Él, porque Él es el que es, nuestro ser.
Como los místicos afirman y nos enseñan, en la oración contemplativa, en el silencio más profundo del ser, en el encuentro con uno mismo… es dónde mejor lo vamos a descubrir, donde más claro lo vamos a escuchar, porque es el lugar del encuentro. Porque sólo después del encuentro místico en lo profundo de nuestro ser, es cuando podemos ser para los demás.
 
 

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