sábado, 3 de diciembre de 2016

Un cambio de rumbo (Mt 3, 1-12)

El Adviento nos sigue invitando al cambio y conversión de costumbres, a dejar las cosas muertas del pasado para actualizarnos y trabajar por y en una Iglesia viva. Hoy es Juan el Bautista el que, con duras palabras pero muy coherentes, invita a toda la Iglesia a la conversión.
“Convertíos, porque está cerca el Reino de los Cielos; Juan llevaba un vestido de piel de camello… y se alimentaba de saltamontes…”. Juan está en condiciones de pedir un cambio, se puede permitir el lujo de exigir un cambio de costumbres porque ese cambio ya lo había dado él. Juan habla desde la coherencia de un hombre que siente ya a Dios en su vida, y eso le ha llevado a renunciar a la abundancia y comodidades de las que seguramente podía gozar; Él es un hombre que se ha apartado de lo superfluo de la sociedad, se ha auto-discriminado de un sistema que no pertenece al Reino de Dios, para vivir en la sencillez y austeridad que cree que pertenece a un Reino donde habita la justicia.
Es cierto que, incluso en su época, el estilo de vida de Juan puede parecernos algo extremo (vivir en el desierto, vestir pieles de animales y comer de forma silvestre) e incluso salvaje; Quizás el cambio no está tanto en las formas sin más sino en comenzar por un cambio de costumbres que anuncien ya a Dios en nuestra vida.
“Raza de víboras ¿quién os ha enseñado a escapar de la ira inminente?”. A Juan no le tiembla la voz al dirigirse con dureza a los fariseos y saduceos, increpándoles y recriminándoles que su conversión es desesperada y sólo pensando en la propia salvación. Les pide que den frutos de conversión y ejemplo a un pueblo que no ve en ellos esa guía de la que tanto presumen ser.
En la Iglesia se habla constantemente de conversión pero esa palabra muchas veces se queda en el mero vocablo propio del tiempo litúrgico. Quizás es necesario un nuevo Juan Bautista que nos ponga las cosas en su sitio y nos haga ver con más claridad, sin miedo autoridades eclesiásticas que no dan ejemplo (como algunos fariseos y saduceos). No podemos hablar de conversión en la Iglesia cuando muchos pastores no han dejado ciertas excentricidades y lujos difíciles de conciliar con esa conversión que piden. Y lo mismo que les pasa a algunos miembros de la jerarquía nos puede pasar a cualquiera de nosotros.
Es necesaria una profunda reflexión y cambio de costumbres en nuestras comunidades, volviendo al ideal de las primeras comunidades cristianas, antes de la gran conversión a la que está llamada la Iglesia en su totalidad.
Que el Adviento siga ayudándonos a centrar nuestra atención en lo más importante y vayamos dando pasos domésticos y personales que hablen del Reino.

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