jueves, 3 de marzo de 2016

Un Padre bueno (Lc 15, 1-3.11-32)

Misericordia. Este es el tema, la actitud más bien, escogido por la Iglesia para que los cristianos católicos revisemos, entendamos y vivamos; Y esta parábola, la llamada del hijo pródigo, es una de las favoritas para acercarnos a las entrañas misericordiosas de un Padre que es bueno.
“Este acoge a los pecadores y come con ellos”. Jesús, una vez más, está puesto en el punto de mira por que se rodea y dirige a los, oficialmente, pecadores y corruptos. Jesús no actúa como se espera de un judío correcto, ni mucho menos como un maestro que de ejemplo. Sin embargo, hasta de esa situación y críticas recibidas, Jesús aprovecha el momento para dejar clara su misión y mensaje. El mensaje de un Dios que es un Padre que tiene misericordia de sus hijos y es bueno.
“Padre, dame la parte que me toca de la fortuna”. Exigimos a Dios lo que creemos que nos pertenece o nos corresponde. Él sabe que no estaremos a la altura de las circunstancias, pero sabe también que debemos equivocarnos porque, sólo así cabe la posibilidad de la rectificación y el poder volver por nuestro propio pie al camino correcto.
Nos “hacemos” con el mundo, con los otros, creemos que tenemos todo en nuestras manos (una fortuna) para poder ser felices, creemos dominar cualquier tipo de situación por nuestros propios medios. Dominamos la naturaleza a nuestro antojo sin tener en cuenta a las futuras generaciones ni las consecuencias. Vivimos en la abundancia sin prever tiempos de crisis, y sin tener en cuenta a los otros que, a causa de nuestro derroche, no tienen lo necesario.
Todas estas actitudes, antes o después, nos pasan factura porque no todo depende de nosotros, porque este mundo, la existencia del ser humano, está tan perfectamente creada que hace que necesitemos de los demás; No estamos creados para estar solos ni ser autosuficientes, y eso, a veces, no lo entendemos de todo. Por eso cuando el egoísmo se adueña de nosotros las consecuencias, tanto personales como sociales, no se hacen esperar.
“Me pondré en camino a donde está mi padre…”. Una buena dosis de humildad no nos viene mal. Hay momentos que la vida misma nos baja los humos: situaciones en las que los demás han pagado nuestros errores, la muerte de seres muy queridos… que nos hacen ver la fragilidad de lo que somos.
Dios es la eterna paciencia, bondad y  misericordia. Sabemos que no nos va a juzgar si nos arrepentimos y rectificamos de verdad aquello que se desvía del proyecto del Reino.
“En tantos años como te sirvo, sin desobedecer nunca…a mí nunca me has…”. La envidia y el aplicar una “justicia” desmedida, es lo que hace de nosotros seres individualistas y alejados de los demás y de Dios. Nos cuesta  aceptar los errores de los otros, pero quizás nos cueste más aún el que rectifiquen y se pongan a nuestra altura. También el hermano mayor de la parábola, los que consideremos que hacemos bien las cosas, necesita de esa dosis de humildad y debe aprender de la misericordia y acogida desmedida del Padre.    

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