viernes, 4 de diciembre de 2015

Enderezar lo torcido (Lc 3,1-6)

“En el año quince del reinado del emperador Tiberio…”. En este segundo domingo de Adviento, el evangelista Lucas tiene interés en que sepamos que Jesús estuvo entre nosotros realmente, que se encarnó en la historia humana; En un tiempo y con unas circunstancias concretas.
En el evangelio de Lucas parece que Jesús ha desaparecido, ya que hay un “vacío” entre su adolescencia y la vuelta a su “vida pública”, que comienza con este pasaje en el que Juan el bautista sale del desierto para predicar un bautismo de conversión por las orillas del Jordán. Por eso, es muy importante que, al igual que se hizo al comienzo del evangelio con el nacimiento de Jesús, se vuelvan a dar referencias históricas precisas, para que no perdamos el norte, para que no pensemos que Jesús ha dejado de estar, que se ha perdido en la historia.
“Vino la Palabra de Dios sobre Juan, hijo de Zacarías, en el desierto”. Lo curioso de todo esto es que las referencias históricas que da Lucas, son de gente importante, dirigentes, tanto políticos como religiosos; Pero Dios no se fija en ellos para anunciar y llevar a cabo su plan, sino que se fija y se traslada a una figura que vive en el desierto, apartado de la vida del lujo de palacios y templos. Es Juan el elegido, porque está en el lugar donde mejor se puede oír a Dios, el lugar del que venía el pueblo, en donde se fraguó el pueblo de Dios antes de llegar a la tierra prometida. El desierto es lugar donde no se puede vivir de lo material porque no sirve de nada, el lugar donde uno se descubre a sí mismo y, por extensión, descubre y puede dilucidar la voluntad de Dios.
“Predicando un bautismo de conversión para el perdón de los pecados”. Los judíos ya se bautizaban antes de llegar Juan, era un rito que conocían bien, el agua era utilizada para la purificación ritual y para el bautismo, pero ahora Juan le da un nuevo sentido al agua, es el agua fresca del cambio, del volver a empezar perdonando y siendo perdonado, porque si no es así no se puede recibir al que estaba por llegar.
“Preparad el camino al Señor…; que lo torcido se enderece, lo escabroso se iguale”. Porque es necesaria una conversión de  vida y costumbres, es necesario un cambio en el sentido de las cosas que hacemos y decimos, dejando lo viejo para acoger lo nuevo. Juan nos invita a enderezar lo que en nuestra vida no está bien, a rectificar y cambiar, para acoger con coherencia y verdad.
En nuestra Iglesia últimamente modificamos los sacramentos, con toda la buena voluntad, intentando que se adapten a los tiempos y las edades (el bautismo, comunión, confirmación últimamente…). Pero el primer cambio no ha de estar tanto en el rito y su preparación, sino en la raíz que es la fe, la fe del que transmite o tendría que transmitir, en la familia. A veces nos encontramos en un desierto, dando voces sin que nadie nos escuche; Viendo como la sociedad (cristianos bautizados) cumple con el rito para después alejarse, porque en ellos no ha calado ese bautismo de conversión, sino que ha sido un bautismo social, un bautismo de simple agua pero no en Espíritu y Verdad.
Quizás también esta invitación de Juan bautista a cambiar lo torcido, sea para nuestra Iglesia doméstica, invitándonos a bautizar con gozo, pero también a mantener la fe de nuestros pequeños en su día a día.

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