sábado, 3 de octubre de 2015

Una sola carne (Mc 10, 2-16)

Lo que se plantea en este texto realmente no es el tema del matrimonio y el divorcio como tal, sino más bien la igualdad de derechos entre el hombre y la mujer en la sociedad-religión judía. 
“¿Le es lícito a un hombre divorciarse de su mujer?”. No hemos de perder de vista quién es quienes le plantean el tema a Jesús y con qué intenciones. Son los fariseos, los mimos que muchas otras veces habían acudido a Él con intenciones de pillarle en renuncios en relación a ley y las normas, en torno a la pureza y el templo…
Los judíos fariseos consideraban los derechos de los hombres casi ilimitados, como defendían algunas escuelas rabínicas, y ellos querían saber si Jesús estaba de acuerdo con ello (Este texto no puede entenderse del todo si no se lee Dt 24, 1-4). La defensa de la dignidad de la mujer que abanderaba Jesús era, por todos, conocida y esa actitud chirriaba en los sectores judíos más radicales.
“Serán los dos una sola carne”. Jesús, como muchas otras veces, ve en los fariseos intenciones maliciosas y poco inocentes, y les deja claro que el hombre y la mujer han de tener los mismos derechos. Al unirse en matrimonio el hombre y la mujer ya no son dos, sino una sola carne y por lo tanto gozan de los mismos derechos y las mismas obligaciones.
El tema del divorcio en la sociedad judía no se entendía como lo entendemos en la actualidad en nuestra sociedad occidental. Evidentemente la situación de la mujer a todos los niveles tampoco era la misma, por tanto las obligaciones y derechos de que podía disfrutar tampoco lo eran.
Dios nos ha hecho distintos, no solo al hombre y la mujer, sino a todos los seres humanos; Y que como bien dice J. M. Castillo, entre el hombre y la mujer: “La diferencia es un hecho, pero la igualdad es un derecho”.

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