jueves, 13 de agosto de 2015

"Entender" la Transubstanciación (Jn 6, 51-58)

A los antiguos cristianos no se les entendió y se les persiguió, entre otras cosas, por una interpretación literal de sus palabras y textos; incluso se les acusó de antropófagos. Hoy día, no se nos entiende, incluso después de haber “explicado” nuestra fe en el Cuerpo y la Sangre de Cristo, quizás por otra razón al otro extremo, el racionalista, que no deja abstraer y trascender al corazón.

En fin…el hombre parece que lleva en lo más hondo de sus entrañas la incredulidad, y que ha de poner siempre impedimentos a Dios, ya sea por literalidades, legalismos convenientes o  por las barreras que nuestra mente racional nos pone,  evitando que nos abramos al Misterio más profundo del ser.
“El que come mi carne y bebe mi sangre…” (El que participa del misterio; el misterio cristológico, el secreto mesiánico que tanto le “gusta” al evangelista  Marcos) ese, y sólo ese, alcanzará la vida eterna, encontrará el sentido de la vida, la Vida que no se queda en la materia, que no se acaba con el tiempo  sino que perdura eternamente.
Los católicos hemos sublimado este Misterio hasta sacramentarlo. La presencia real de Cristo en las especies del trigo, hecho pan, y de la vid, convertida en vino, son para nosotros Misterio pascual, son el mismo Cristo. Pero, a veces, me queda la duda de si, en el fondo, somos conscientes, lo hemos llevado al corazón, lo hemos rezado y llevado al plano de la fe, si lo CREEMOS; porque si no es así (y bastan sobrados ejemplos de “cristianos” que no participan cada domingo de dicho misterio) estamos siendo otra cosa pero no cristianos católicos, no lo somos si practicamos un sincretismo religioso hecho a medida, nuestro particular sincretismo de Cristo.
Los primeros cristianos respetaron y defendieron la comunión, la presencia real de Cristo en el pan, con su propia vida. Recuerdo alguna de las historias que me contaron en las catacumbas de Roma (concretamente la catacumba de San Calixto) en la que, por no dejar profanar el pan  eucarístico, murieron incluso niños. Si, quizás sea eso, que hay que hacerse como niños para poder llegar a creer el misterio que supera toda razón. Eso no significa profesar “la fe del carbonero”, sino, simplemente, reconocer la limitación humana ante su  Señor y Creador que puede, y de hecho así es, ser parte, hacerse presente y permanecer en la materia más cotidiana.
“El pan vivo bajado del cielo” nos deja claro que, el pan que Él nos ofrece es su carne entregada para este mundo, un pan que se reparte, un pan inagotable, hay para todos, y el que lo acepte vivirá para siempre. Porque sólo entendiendo que el pan no es de nadie, que es de todos, y que todo el mundo tiene derecho al pan, porque el pan es la vida, el alimento, sólo así alcanzaremos una vida en la Verdad.
Los cristianos tenemos una gran responsabilidad, parte de nuestra misión, si encarnamos estas palabras en nuestras propias vidas, haciendo de ellas panes que se reparten y se dan inagotablemente, para saciar el hambre y las necesidades de nuestro mundo. Quizás sea eso lo que no llegamos a entender y por eso nos cuesta tanto, nos ha costado siempre tanto a los humanos, entender  lo que significa la presencia real de Jesús en este mundo.
 
“Pero ¿cómo puede éste darnos a comer su carne?”. El judío de tiempos de Jesús, sólo sabe leer literalmente, nadie le ha enseñado a interpretar. Estas palabras son un verdadero escándalo para los judíos de su tiempo, incluso para sus discípulos, para aquella mentalidad tan dura como la piedra de las tablas de la ley. Pero, una vez más, Jesús nos demuestra que sus palabras son más que palabras.
Es necesario que el humano se alimente del VERBO hecho carne, que alimente su vida de la Verdad.
 
“El que come mi carne y bebe mi sangre, permanece en mi, y yo en él. Lo mismo que el Padre, que vive, me ha enviado”. Una vez más, Jesús muestra la clave para una íntima relación con Él, y estando con Él estamos igualmente con el Padre, porque es quién le ha enviado. El misterio trinitario, sin necesidad de dogmatismos complicados y enrevesados que muchas veces hacen flaco favor por estar más llenos de letra e intentos de razonamiento que de sencillez, sale de la boca de Jesús como lo más “lógico” y sencillo, simplemente porque sale de una boca que pertenece al Hombre que lo vive como una misión a la que ha sido llamado y enviado por el Padre.
Encarnemos en nuestras propias vidas, con la cotidianidad y particularidad de las mismas, el misterio de Dios que se hace pan para después entregarse enteramente a todos.

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