“¿Eres
tú el rey de los judíos?”; “¿Dices eso por tu cuenta o te lo han dicho otros de
mí?”. ¿Qué decimos de los demás? ¿Hasta dónde damos credibilidad a lo
que otros nos cuentan de algunas personas?
A veces
me da la sensación de que nuestra comunidad está llena de cristianos de papel
(cristianos que están registrados en los libros parroquiales y en partidas de
bautismo, registrados en papeles pero sin vivir ni practicar los valores del
reino predicado por Jesús); cristianos que tienen sus nombres registrados en la
Iglesia, pero no su corazón. Creen por lo que otros les han contado, viven de
historias y tradiciones sin haberlas meditado y digerido ellos primero. Y por
eso, a la primera de cambios, nos vemos solos en las comunidades, gastando
nuestros esfuerzos en atraerlos de nuevo a la comunidad en la que “nunca han
estado”.
“Mi
reino no es de este mundo”. Efectivamente, a Jesús no le interesa ser
rey de este mundo como los reyes que gobiernan cosas y personas. El no quiere
reinar en un mundo donde la violencia, la avaricia, el sin sentido y la
cerrazón destruyen a las personas y ensucian el nombre de Dios. Él cree que
otro reino es posible, un reino en el que las riquezas sean los valores
universales que nos ayuden a convivir en
paz, un reino donde Dios, el Dios de la verdad, el creador de todo el universo
que no discrimina razas, lenguas, religiones o peculiaridades de cualquier otra
índole, sea el Padre de todos.
“Yo
para eso he nacido…para ser testigo de la verdad. Todo el que es de la verdad,
escucha mi voz”. Señor, qué difícil es aceptar y llegar a entender que
tu voz resuena estos días en tantas cosas que deshacemos. Que tu voz es el grito
desgarrador de un Padre dolido. Que tu grito es el de tantos inocentes que ven
sus vidas truncadas (sean de dónde sean y de la religión que sean) por las muerte injusta en manos de radicales
que llevan tu nombre en los labios, ensuciándolo heréticamente, cuando con sus
manos destruyen la vida que Tú has creado; o víctimas de aquellos que se guían
por políticas de destrucción.
Naciste
para ser testigo de la verdad y hoy estás más vivo que nunca, renaces en cada acto
injusto, en cada palabra que ensucia tu nombre, en cada vida que cierra los
ojos para encontrarse contigo como hijos pródigos que se marchan de este mundo
porque otros les han echado.
Vergüenza
me da sentarme delante del televisor y escuchar, y contemplar tanta barbarie, y
tanto comentario inútil de políticos-diplomáticos que no resuelven nada porque
no te ven, porque no te escuchan, porque no creen que estés hablando-gritando
en las calamidades de nuestra sociedad.
Si
de verdad no aceptáramos más rey que Tú, si de verdad creyéramos que eres el
único Señor del universo no pasarían estás cosas. En tu cruz clavaron un
letrero que rezaba así: “Este es Jesús el rey de los judíos”. Ojala entendamos
que tu sufrimiento en la cruz no fue para adorarlo sino que precisamente Tú
sufriste para que se acabara el sufrimiento de este mundo, para que lucháramos
por abolir tanto sufrimiento inútil y no para contemplarlo impasiblemente.
Te
ruego y acudo a Ti, e invito a mis lectores a que te miren con confianza para
saber descubrir la Verdad, para encontrar la luz que nos falta cuando perdemos
la razón, cuando te perdemos de vista.