La
Palabra está siempre de asombrosa actualidad, pero este pasaje quizás con más
claridad que otros. Nuestro mundo se encuentra en una situación que necesita
apertura, solidaridad y respeto a la diversidad. Hoy más que nunca es necesaria
la actitud de valorar más lo que une que lo que separa, de no reducirse a
“nuestros grupos” o sólo a nuestra gente. Nuestra solidaridad ha de estar más
allá de las razas, los pueblos y los credos. Parece como si el mismo Jesús nos
estuviera invitando estos días a leer constantemente esta Palabra: “El
que no está contra nosotros, está a favor nuestro”.
A
veces los cristianos hemos estado, estamos, tentados de condenar todo aquello
que no es de nuestra línea, no damos cabida a la diversidad aunque de ella se
desprendan buenas obras y bien al prójimo. A Jesús no le interesa que el grupo
de sus seguidores tenga más o menos número sino que todos (tanto los que le
siguen como los que no) entiendan que es posible un mundo mejor; que hay una
buena noticia que puede y debe llegar a todos, y los medios y las personas para
alcanzarlo pueden ser muchos.
“No
se lo impidáis…”. Por eso reprende la actitud de sus discípulos cuando
le comentan que han prohibido a alguien, que no era del grupo, hacer el bien; porque
la buena noticia ha de estar por encima de un grupo u otro, porque el que actúa
haciendo el bien tiene todo su respeto.
Nadie
debe creer que tiene la exclusiva de la solidaridad y la ayuda al prójimo. No
nos tiene que molestar que otros ayuden, aunque no sea a nuestro estilo. Los
cristianos tampoco tenemos la exclusiva de la salvación. Si por afán de dominar
exclusivamente el cómo se ha de hacer las cosas, escandalizamos, asustamos e
incluso amenazamos a gente humilde, haciéndoles creer que si no son de los
nuestros no encontrarán nunca a Dios plenamente, más vale que cortemos nuestra
lengua (nuestros miembros) antes de seguir hablando y actuando de esa manera.
Jesús es claro a este respecto, la misericordia el bien y la solidaridad están
por encima de las confesiones o pertenencias a grupos cerrados, que por
sentirse exclusivos pueden convertirse en sectarios.
El
Espíritu de Dios no puede enjaularse en ninguna estructura humana por mucho que
nos empeñemos, porque el Espíritu es eterno, está mucho antes que nada y
permanecerá, sobrevivirá a todo hombre y mujer, estructura, pensamiento-ideología…
y cuando todo eso haya pasado, el Espíritu de Dios seguirá iluminando las
buenas obras de otros hombres y mujeres que no habrán conocido nuestras
estructuras.
Los
cristianos hoy tenemos una llamada a la apertura solidaria, al respeto de otras
culturas, razas y credos predicando con nuestros actos, con nuestra mirada; llevando
a Jesucristo en nuestras manos y buen hacer, y no sólo en nuestras doctrinas dogmáticas.