Este
pasaje evangélico es la prueba de que Jesús no sólo era conocedor de la
tradición de su pueblo sino que, además, la respetaba y la tomaba muy en serio.
Si llegáramos al final de la cuestión podríamos afirmar que precisamente por
eso padeció. Cuanto más en serio te tomas las cosas, las vives y luchas por ellas,
más padecimientos sufres pero también disfrutas y celebras más y mejor los
éxitos.
En
la Escritura veterotestamentaria se compara constantemente al pueblo de Israel
con una viña, y al Señor con su labrador. La cultura mediterránea, el cultivo
tan extendido de la viña… facilitan y hacen proliferar los ejemplos y
comparaciones entre el creyente y este cultivo y sus frutos.
Jesús,
como buen maestro, aprovecha y continúa ejemplos y metáforas a las que ya
estaba acostumbrado su pueblo para releer y renovar lo que Dios quiere del
mismo.
“Yo soy la verdadera vid y mi Padre es el labrador.
A todo sarmiento mío que no da fruto lo poda para que dé más fruto”. “Renovarse o
morir” decimos en muchas ocasiones cuando queremos cambiar de rumbo o
necesitamos un cambio; y es cierto, los humanos necesitamos ir redescubriendo y
renovando nuestra presencia y la forma de la misma en este mundo, desde los
ámbitos más familiares y cercanos hasta nuestra presencia como comunidad
humana. Son necesarias, por tanto, renovaciones y “podas” en nuestra comunidad
cristiana para retoñar con más fuerza y, sobre todo, con más fidelidad a
nuestras raíces. Me vienen ahora mismo al recuerdo renovaciones y “podas” tan
fructíferas dentro de la Iglesia como la reforma (poda de costumbres relajadas
en la vida consagrada, y alejadas de su raíz) de Santa Teresa. Y nuestra raíz, la raíz de la vid de la que
somos sarmientos, es Jesús.
Ese
es el horizonte que nunca debemos perder, porque si lo perdemos nos olvidaremos
de quién somos y cómo ha de ser nuestra presencia en el mundo.
Los
cristianos no podemos actuar como vides independientes. Pertenecemos a una
misma tierra y tenemos un mismo labrador. Nosotros no somos la raíz sino que
bebemos y nos hemos de alimentar de la savia de la vid a la que pertenecemos.
“Como el sarmiento no puede dar fruto por sí, si no
permanece en la vid, así tampoco vosotros si no permanecéis en mí”. Muchas veces
actuamos de forma independiente, perdiendo el horizonte de la comunidad
creyendo que daremos más frutos por nuestra cuenta, pero ahí corremos el riesgo
de creernos vides, de creernos o adjudicarnos papeles que no nos competen.
¿Qué
es un cristiano si no celebra, actúa, bebe de la savia de Cristo presente en la
comunidad que ha decidido seguirle? ¿Qué es eso de: “soy cristiano pero no
practicante”? ¿Dónde tiene eso su fundamento? ¿Puede haber comunidades
unipersonales? ¿Cristo actuó por su cuenta o contando siempre con el Padre y
acompañado de una comunidad?
La
iglesia no es la vid sino un sarmiento; no cometamos el error de creernos vid.
Algunos cometieron ese error en el pueblo de Israel y puede ocurrirnos también
en la Iglesia, para luego decepcionar los planes y proyectos de Dios. Esa es
una tarea que nos queda muy grande, que no nos podemos adjudicar ni por nuestros
méritos ni por nuestra naturaleza, no tenemos la savia que alimenta sino que
hemos de beber de ella y dar frutos, pero como sarmientos. Jesús les deja claro
a los suyos ese tema: “Yo soy la vid”.
Un
cristiano que no se nutre en una comunidad viva, renovadora, que bebe del Jesús
verdadero y no del adulterado por una tradición simplista o vieja, se va secando
como sarmiento que ha perdido su vinculación con la vid que posee la raíz y la
savia.
Jesús
está presente y vivo en su Iglesia, pero también está más allá de ella. Para
nosotros, como sarmiento enraizado en la vid verdadera, está destinada la tarea
de nutrirnos sin descanso de la savia y dejarnos podar por el labrador, que es
el que sabe cuándo y dónde podar para
dar frutos abundantes.