Resulta paradójico que lo que más
nos cuesta creer a los cristianos, es precisamente lo único que nos hace
cristianos. Es curioso como el hombre-cristiano celebra la muerte con todo
sentimiento, llora y acompaña a los familiares que han perdido al ser querido,
consuela con palabras humanas: “Es ley de vida” decimos…; “Hay que ser fuertes
en estos momentos…” y expresiones así que, en realidad, sabemos que no
consuelan, pero el caso es que no se nos ocurren otras en esos momentos; y, en
la mayoría de los casos, guardamos silencio y reducimos nuestro pésame a un
abrazo o una mirada de complicidad.
Es comprensible que el misterio
de la muerte nos abata y nos deje sin palabras. Pero no ha de ser así, porque
los cristianos debemos tener palabras de consuelo real y fe que, precisamente,
se ha de hacer más fuerte en esos momentos. Porque si el Hijo del hombre es el
Cristo, es precisamente porque colma la muerte de Vida y no porque padeció en
una cruz.
“Y vio la losa quitada del sepulcro…”.
Jesús es Dios encarnado, y esa humanidad tiene su culmen precisamente en que se
encarnó para resucitar y descubrirnos lo que hay detrás de nuestras losas de
piedra y mármol, cuando pensamos que ya todo es oscuridad. Porque si un
cristiano no cree firmemente que la muerte ya no es una losa sino la puerta
abierta a la plenitud de la Vida, no es digno de llamarse cristiano.
No nos engañemos. Un cristiano no
es el que es bueno sin más, ni el que ayuda al necesitado, ni siquiera el que
se sacrifica por los demás. Todo eso es necesario para que un cristiano sea
fiel a lo que Jesús quiso para la humanidad, pero no tiene sentido si no lo
hacemos teniendo como horizonte y desde la alegría de sabernos salvados por
medio de la resurrección.
“Se han llevado del sepulcro al
Señor y no sabemos dónde lo han puesto”. No hemos de sentirnos
culpables si, a veces, nuestra fe en la resurrección se ve acompañada de dudas.
Ni siquiera los que le habían acompañado
de cerca, los discípulos, pueden aceptar o “permitirse el lujo” de no estar tristes ante
la muerte. Cuando llega la muerte no hay motivo para la alegría, ni siquiera
después de una vida larga, llena de bendiciones, se nos ocurre darle gracias a
Dios. A veces los cristianos perdemos la perspectiva de lo que significa la
muerte, o en lo que Cristo la ha convertido.
“Vio y creyó. Pues hasta entonces
no habían entendido la Escritura”. Cuando descubres el inmenso gozo que
supone que la Palabra se encarne y tome sentido en tu vida, que no se queda en
algo que pasó hace miles de años sino que se actualiza cada día en tu vida y te
ves reflejado/a en ella, no puedes sino ser plenamente feliz y actuar en
consecuencia, y ahí es donde se nota que
somos cristianos, porque entiendes que lo que Cristo dijo e hizo, también te
pasará a ti. Y, por supuesto, eso incluye una tumba vacía.
La vida plena, sin limitaciones,
que alcanzaremos con la resurrección, hemos de darle sentido desde y con la
vida que como humanos nos vamos fraguando. Porque la esperanza en la resurrección
nunca ha de ser una excusa para maltratar la vida humana. Eso ha pasado y, desgraciadamente,
sigue pasando hoy en algunos credos y religiones que, por querer alcanzar fanáticamente
la vida eterna (creyéndose mártires), se maltrata/mata la vida que tanto amó
Dios-Jesús. Porque “tanto amó Dios al
mundo que envió a su propio Hijo al mundo” para vivir desde el amor.
Es posible que los cristianos
estemos “locos” por creer en un Dios encarnado, que vive y muere como hombre, y
que después creamos que resucita. Pero qué maravilloso es vivir esta locura de amor,
sabiendo que el sentido de una vida lo da su final, y que dicho final es la
resurrección.