“Al
salir Jesús de Jericó…”. Jesús ya está cerca de la ciudad de Jerusalén;
le sigue mucha gente. En Jericó Jesús va “despidiéndose” de muchos pueblos y
gentes porque sabe que no volverá después de pisar Jerusalén, el mensaje de su
enseñanza es claro y sus signos firmes y determinantes.
“El
ciego Bartimeo… al oír que era Jesús Nazareno, empezó a gritar”. En el
relato se nos dan datos precisos de este ciego, Bartimeo hijo de Timeo; esto
quiere decir que tanto el padre como el hijo eran conocidos y, seguramente,
pertenecían a la primera comunidad cristiana (por tanto el seguimiento de
Bartimeo, que vemos al final del relato, fue consecuente hasta el final).
Está
claro que este ciego demostró valentía y una fe clara en Jesús. Un enfermo en
tiempos de Jesús sufría aislamiento, discriminación y cargaba con el pesado
lastre de ser acusado de pecador, porque la enfermedad se consideraba un
castigo de Dios. Si a esto le unimos que Bartimeo sufría ceguera, su
dependencia de los demás era aún mayor.
“Hijo
de David, ten compasión de mi”. Este grito no fue un grito cualquiera,
era una llamada desesperada pero esperanzada hacia alguien a quién ya reconocía
como Mesías. Es toda una profesión de fe gritada a los cuatro vientos.
Seguramente la inmensa mayoría de la gente que seguía a Jesús por el camino
tenía sus dudas y reparos respecto a Él, aunque lo estuvieran viendo con sus
propios ojos. Sin embargo, es un ciego e impedido el que da el gran y valiente
paso de reconocer en Jesús al esperado. Jesús no pasa de largo, oye entre la
multitud las voces que le llaman con fe. Jesús se compadece y no deja escapar ese
ejemplo de fe pública.
Hemos
visto como en domingos anteriores la Palabra, el evangelista Marcos, nos
presentaba a personajes y situaciones (el joven rico o los discípulos Santiago
y Juan y su atrevida petición); ejemplos claros de rechazo de las propuestas de
Jesús y de búsqueda interesada. Sin embargo, Bartimeo representa todo lo
contrario; un reconocer en Jesús alguien más allá de lo simplemente visible y la
búsqueda de su compasión y aceptación, para posteriormente seguirle con alegría
y fidelidad.
“Muchos
le regañaron para que callara…”; “Ánimo levántate que te llama”. ¡Qué
difíciles y contradictorios somos los humanos muchas veces! ¿Verdad? Por un
lado le mandan callar y le regañan por el escándalo y lo que proclamaban sus palabras
pero, de inmediato, cambian de posición y le animan a que se levante y se
acerque a Jesús porque este lo llama.
A
veces somos oportunistas, tenemos poca personalidad y no sabemos discernir por
nosotros mismos lo importante de las situaciones, o simplemente no nos
atrevemos por “el qué dirán”. Somos cambiantes y eso hace que, por un lado
cometamos injusticias y, por otro, no estemos en el momento preciso en que nos
necesitan. Hemos de aprender a ser valientes y posicionarnos ante la verdad, a
defender y valorar lo que creemos que está bien o no, delante de amigos,
familia, detractores…
“¿Qué
quieres que haga por ti? Maestro que pueda ver; Anda tu fe te ha curado… y lo
siguió por el camino”. A veces no se trata de ceguera física; como bien
dice el refrán: “No hay mayor ciego que el que no quiere ver”, y es que nos
empeñamos en no ver lo que muchas veces tenemos delante de los ojos. Rechazamos
a Dios, no lo llamamos ni le buscamos aún sabiendo que pasa a nuestro lado.
El
ciego quiere ver lo que ya cree, lo que ha creído porque otros se lo han
contado. Ahora quiere ver porque además quiere seguirle físicamente, ser uno de
los suyos. Jesús acepta este seguimiento, valora su autenticidad y fidelidad; y
Bartimeo, que al recobrar la vista no ha quedado decepcionado al ver a Jesús,
le sigue con gozo proclamando con sus hechos y con su seguir a Jesús lo que
antes, estando impedido, había gritado al borde del camino.